Entonces
me encontraba sentado entre lo que era y lo que no era, pasaban las
horas como si mi ser se encontrara revoloteando en un divagar de
racionalidad inexplicable entre lo que la sociedad quería que fuese
y las palpitaciones de mi corazón por los impulsos que merodeaban mi
cuerpo tan humano y tan sensible.
La
inseparable cuestión que nos lleva a odiarnos por no ser libres y
todo aquello que nos ata, lo que nos regula y lo que nos limita: la
cultura. Entonces ¿qué es la cultura dentro del individuo y dentro
de mí? Dentro del individuo no es más que una cadena hacia lo
correcto, es la política de lo que se debería hacer en la
cotidianidad, y dentro de mí lo que no se debería hacer por miedo,
el miedo, ese aspecto es lo único que mueve el mundo y la sociedad,
tenemos miedo a ser, a realmente ser, porque diariamente re
inventamos nuevas formas de fingir para estar en concordancia con lo
dictado.
La
historia, en lo personal, solo representa el recuerdo de un pasado
en guerra y de un futuro que homogeniza la existencia de cualquier
barbaridad ¿Todo pasado fue mejor? Y es que ¿Acaso todo futuro es
peor? ¿Cómo lo sabes? ¿Quién lo dice? ¿Quién controla el mundo?
¿Yo controlo mi mundo?
Nadie
controla su mundo, somos los títeres del sistema, originan el tiempo
y dicen cómo emplearlo, nadie es dueño de su vida menos de su
existencia, porque cuando empezamos a crecer nos dicen lo malo y lo
bueno, lo difícil y lo fácil, lo que se puede soñar y las
pesadillas, y el resto de esta aventura se vuelve una desdicha y un
malestar insaciable del ser.
El
tiempo es irreversible y con ello nuestra vejez, que es solo el
resultado de lo que llaman años en una piel que no puede mantenerse
firme, y como si fuera poco todas esas vueltas que dio la tierra
nunca nos mostró lo que éramos, y así pasaron los días sin re
inventarnos, sin buscarnos, porque nos cansamos de ser en otro cuerpo
y de estar donde no queríamos, una silla, una mesa, una cama, una
sonrisa, miles de desilusiones, 80 años de muerte diaria, crecimos
hacia lo pequeño sin saber aprender, contábamos días en
calendarios, los apresurábamos o los deteníamos pero a la final
nada se quedaba, solo cuatro paredes blancas y un oscuro pensamiento
acerca de la crueldad de vivir que nos forzaba a dormir unas cuantas
horas, después de no hallarle respuesta al círculo vicioso que nos
encierra en las náuseas y los dolores de cabeza de la masificación
de una idea de muchos, en el encuentro de unos pocos que, perdidos en
su encuentro nunca pudieron estar donde quisieron llegar.