Thursday, November 5, 2015

El otro yo está aquí

Entonces me encontraba sentado entre lo que era y lo que no era, pasaban las horas como si mi ser se encontrara revoloteando en un divagar de racionalidad inexplicable entre lo que la sociedad quería que fuese y las palpitaciones de mi corazón por los impulsos que merodeaban mi cuerpo tan humano y tan sensible.
La inseparable cuestión que nos lleva a odiarnos por no ser libres y todo aquello que nos ata, lo que nos regula y lo que nos limita: la cultura. Entonces ¿qué es la cultura dentro del individuo y dentro de mí? Dentro del individuo no es más que una cadena hacia lo correcto, es la política de lo que se debería hacer en la cotidianidad, y dentro de mí lo que no se debería hacer por miedo, el miedo, ese aspecto es lo único que mueve el mundo y la sociedad, tenemos miedo a ser, a realmente ser, porque diariamente re inventamos nuevas formas de fingir para estar en concordancia con lo dictado.
La historia, en lo personal, solo representa el recuerdo de un pasado en guerra y de un futuro que homogeniza la existencia de cualquier barbaridad ¿Todo pasado fue mejor? Y es que ¿Acaso todo futuro es peor? ¿Cómo lo sabes? ¿Quién lo dice? ¿Quién controla el mundo? ¿Yo controlo mi mundo?
Nadie controla su mundo, somos los títeres del sistema, originan el tiempo y dicen cómo emplearlo, nadie es dueño de su vida menos de su existencia, porque cuando empezamos a crecer nos dicen lo malo y lo bueno, lo difícil y lo fácil, lo que se puede soñar y las pesadillas, y el resto de esta aventura se vuelve una desdicha y un malestar insaciable del ser.
El tiempo es irreversible y con ello nuestra vejez, que es solo el resultado de lo que llaman años en una piel que no puede mantenerse firme, y como si fuera poco todas esas vueltas que dio la tierra nunca nos mostró lo que éramos, y así pasaron los días sin re inventarnos, sin buscarnos, porque nos cansamos de ser en otro cuerpo y de estar donde no queríamos, una silla, una mesa, una cama, una sonrisa, miles de desilusiones, 80 años de muerte diaria, crecimos hacia lo pequeño sin saber aprender, contábamos días en calendarios, los apresurábamos o los deteníamos pero a la final nada se quedaba, solo cuatro paredes blancas y un oscuro pensamiento acerca de la crueldad de vivir que nos forzaba a dormir unas cuantas horas, después de no hallarle respuesta al círculo vicioso que nos encierra en las náuseas y los dolores de cabeza de la masificación de una idea de muchos, en el encuentro de unos pocos que, perdidos en su encuentro nunca pudieron estar donde quisieron llegar.